¿Polvo de estrellas?

Ojalá, pero demasiado fácil. Puede que nuestras células sean producto de las primeras estrellas creadas por este universo, pero la suma de todas esas sustancias da mucho más que dichas sustancias por separado; es demasiado complicado como para no disfrutarlo.


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De la clase que no está cuando se la necesita y de la clase que lo soluciona por los pelos siempre y cuando esos pelos te saquen una sonrisa. De la clase que pide perdón en vez de asegurarse de hacerlo bien, pero sus disculpas siempre son sinceras, tan solo es muy tonta.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

¿Qué ganan ellos?

  Me encuentro solo en mi habitación, tras haber estudiado una media hora –se trata del primer día de clase oficial, media hora está bastante bien- escuchando diversas canciones de Guns n’ Roses y Metallica, simplemente porque es lo que hago cuando alguien me pone triste. He dicho alguien, porque jode más y de un modo diferente a cuando lo que te jode es algo, alguna cosa impuntual que no se puede controlar, que jode igual pero opino que menos –por favor sepan no me refiero a pérdidas de gente amada, eso no lo pienso comentar, está a un nivel superior a lo que yo jamás sea capaz de escribir-.

  ¿Por qué hay gente que se dedica a hacer sufrir a los putos pringados como un servidor? Alguien me dijo un día que se trataba de autoestima, que ellos necesitaban esto porque no tenían, pero me pregunto yo si al hacerlo ganar algo de ella: creo firmemente que no, que llega un punto en el que se sienten a gusto haciendo sentir mal a los demás, son tan egoístas que son incapaces de ser los únicos que no se acepten, que necesitan que los demás se sientan de igual modo –muchas veces peor-.

  Sí, escribo esto porque me acaban de hacer sentir mal –mierda, Knocking on heavens door está acabando- y creo que lo peor de la situación es que mientras yo estoy escribiendo sobre ello la persona culpable ni se acuerde de haberme dicho nada, y probablemente no se acuerde ni de mi cara, ni de mi puto nombre.

  Yo trato de ser amable con todo el mundo, trato de caer bien y de que la gente se sienta a gusto estando cerca de mí, pues así me siento bien conmigo mismo, ¿si haces cosas malas no ocurre lo mismo?, ¿no te sientes mal con tu persona? Grandes hijos de puta.

  Termino rápido, con un pequeño consejo, tanto para gente que disfruta viendo sufrir, como para los que no se lo plantean –igual de malo- y para los que su intención es la de salvar el mundo de las injusticias: jamás te burles de la más mínima cosa que te pueda hacer gracia de esa persona. ¿Una chica que tiene los dientes algo salido? ¿Una chica que tiene voz de chico o un chico con voz de pito? ¿Acaso alguien con las manos o la nariz muy grandes? Creerme, sé que pensáis que son gilipolleces de las cuales la gente no se da cuenta al ver a la persona en cuestión, y sé que todos os fijáis en la personalidad de cada uno más que en el físico, pero si se os ocurre, aunque no sea para reíros, solo para mencionar ese ‘defectillo’ porque a ti y a tu puto grupo de amigos os hace gracia, recordad que a esa persona no le hace falta que se lo mencionéis: esa persona ya se ha dado cuenta de ese ‘defectillo’ hace mucho tiempo –y a lo mejor, llamadme loco, no quiero pensar en él, pues si no lo ha mencionado a pesar de que os resulte algo gracioso, puede que sea porque un complejo se ciernes sobre su persona por varios hijos de puta que caminan alegremente y sin preocupaciones por la calle.

  Gente que sufre, al menos siempre os quedará el consuelo de que no sois los únicos que lo pasáis mal, porque al menos, yo, me encuentro en vuestra misma situación.

  “Cuando una puerta de felicidad se cierra, otra se abre. Pero con frecuencia miramos tanto a la puerta cerrada que no somos capaces de ver la puerta que se ha abierto frente a nosotros”. –Hellen Keller.

  “El mayor error que una persona puede cometer es tener miedo de cometer un error”. – Elbert Hubbard.

  La siguiente cita a lo mejor os confunde con la alusión a las flores, pero la veo muy indicada para terminar este texto. Espero que le veáis el significado como se lo he visto yo.
  Y sí, sigo jodido, aunque escribir ayuda.

  “Un tulipán no trata de impresionar a nadie. No se esfuerza en ser diferente de una rosa. No tiene que hacerlo. Es diferente. Y hay sitio en el jardín para cada una de las flores”. – Marianne Williamson.

  Ahora sí que termino, lo prometo; os recomiendo escuchar algo tipo Help de The Beatles, no una balada que nos hace sentir mal –yo antes las estaba escuchando, y he decidido cambiarlas por un ritmo que me haga querer salir a bailar en mitad de la calle-.


martes, 23 de septiembre de 2014

10 razones para odiarte.

  1.- No cuentes con que me abriré a ti y te contaré mis problemas si con ello te causo la más mínima preocupación. Agradeceré tu gesto de '¿te pasa algo?', pero me negaré a contestarte. A menos que haya bebido y la confianza que tenga en ti sea tan grande como para saber que la felicidad que te dará el que resuelva mis problemas sea mayor que la preocupación de que te los cuente.

  2.- ¿Sabes la típica persona que sale en todos los buenos libros -buenos de verdad- que hace felices a los demás, pero se guarda las desgracias para él, y que cuando alguien se entera en vez agradecerlo se enfada con el primero? Se podría decir que soy yo; supongo que cuando la gente se acerca a mi es porque espera un alguien que le alegre y distraiga de su existencia, pero puede que no sea eso que buscan.
  Claro está que si te quiero lo suficiente no negaré simplemente mis problemas para ayudarte, los olvidaré por completo, pues tú serás lo importante en ese momento; lo que deba ocupar todos mis pensamientos.

  3.- Odio la ropa que hay que llevar porque hay que ir bien vestido. Adoro los chándal, o en caso de tener que ir a algún sitio decente un pantalón más o menos formal y una sudadera, son demasiado cómodos -que alguien bendiga de una vez a quien inventó las sudaderas-.

  4.- Si me pides que ponga música para animar el momento solo te encontrarás conque las baladas que guardo en mi móvil te conmoverán de tal manera que no querrás hacer otra cosa que abrazar a quien sea de lo geniales que son.

  5.- Me encanta pasear, y esto lo pongo porque la mayoría de la gente que conozco es de apalancarse. '¿Damos una vuelta o vamos a tomar algo al bar?' lógicamente, dar una vuelta.

  6.- Odio estudiar matemáticas, química, física, filosofía, y literatura, y sin embargo me da envidia la gente a la que se le da bien; se podría decir que me da envidia la gente capaz de esforzarse lo suficiente para alcanzar algo que de verdad quiere.

  7.- ¿Estás en, por ejemplo, la iglesia y necesitas llamar a alguien que literalmente esté en la otra esquina? Tranquilo, yo le meto una voz -y ya luego me arrepiento de haber gritado en plena misa-.

  8.- La clase de gente que peor me cae son los que van de más de lo que son. Claro que puede haber peores cosas en una persona, pero en mi día a día, es decir, que conozca de convivir con ellos, los que he mencionado son con los que peor llevo el saber estar.

  9.- Para mi, uno es, no se hace. Creo que hay factores que te condicionan, pero creo que es un porcentaje que la propia persona puede controlar, y si no lo hace es porque no quiere, es decir, que le gusta ser como es -refiriéndome a 'como es' tanto para cosas buenas como para malas-.

  10.- Último número de esta lista, y se dice que se suele dejar lo mejor para el final: soy demasiado fan de las series de dibujos animados.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Se buscan locos.

  ¿Qué sería el mundo sin la gente que decide en un momento de locura teñirse el pelo de un color poco común? ¿Qué sería nuestra vida sin la gente que viste de manera criticada por un gran porcentaje de la sociedad? ¿Qué sería de la gozada que es el no estar atado a una monotonía constante sin la gente que le da por gritar sin venir a cuento y solo porque le parece gracioso? Yo os lo diré: nada.

  Todos necesitamos de esta gente, por muchos descritos como diferentes, por mi descritos como locos o raros -aunque sí es cierto que si el termino diferente va en el mejor de los sentidos de la palabra, también me sirve-.

  No creo que nadie quiera salir a la calle sabiendo que se encontrará con un maravilloso día que ha soñado esa misma mañana, o al menos nadie debería de. Yo pongo el pie derecho en la calle para encontrarme con un maravilloso día que jamás soñé capaz de existir.

  Nadie debería estancarse en las canciones clásicas -eso sí, se ha de reconocer su grandeza- e impedirse ver la maravillosa música que se crea día a día.

  Hoy de la que me acercaba al nuevo mundo que para mi es la universidad no podía dejar de pensar en todo esto, y resulta que no quiero tener nada claro, a diferencia de la gran mayoría de personas que había allí; todas ellas quieren saber a ciencia cierta el fantástico futuro que les espera. Quiero ir mañana y encontrarme, por qué no, un elefante vestido de mono rosa comiéndose un disco de Queen mientras suena Bohemia Rhapsody, ¿por qué no?, o descubrir que mi clase de Biología I es ahora una pista de patinaje para gente morada de más de dos metros de altura. O simplemente llegar y que el profesor esté cantando, no sé.

  Quiero que mi día a día pase con sorpresa tras sorpresa, puede que no todas buenas, pero sabed una cosa, y es que estoy lo suficientemente loco como para soportar lo que me desagrade y disfrutar lo que me haga explotar el corazón de la emoción.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Necesitaba inventar.

  Su don trataba de tener siempre la razón –don que todo el mundo odiaba, por cierto-, hablar con ella resonaba en tu cabeza como una canción de un videojuego de fantasía, cuando te acercas a la parte difícil de la pantalla en cuestión.


  En este mundo que ahora me estoy inventando, cada uno tiene un don fruto de la personalidad de cada individuo, y ella se trataba del ser humano más perfeccionista del mundo.

  ¿Quieres organizar una quedada a las siete de la tarde para luego salir a cenar, de relajado, con todo tu grupo de amigos? La banda sonora de su videojuego empezaba a sonar; era mejor quedar a las seis, ir a la cafetería que hay en el centro haciendo esquina con la calle que lleva a la playa para después ir a las nueve y cuarto al restaurante italiano que abrieron el verano pasado en el centro. No podías negarte, ella ya había hecho la reserva.

  No tenías ganas de negarte, que te lo diesen todo hecho en su debido momento era algo que gustaba, sobretodo porque por muy perfeccionista que fuese, por mucho que odiase el no tener una lista grapada en el cerebro que había que seguir sí o sí, ella te dejaría fallar a tu modo. Era una de las cosas que más me gustan de su persona.

  Mi don resultaba inútil cuando ella se acercaba; al parecer no podía pasar desapercibido entre la multitud si ella rondaba por el lugar. Yo soy capaz de que no reparen en que soy un organismo que respira incluso si soy la única persona de la sala y han de pasar a mi lado por cualquier clase de motivo; pero no soy capaz de ello con ella.

  Ella me saludaba, pues debía de hacerlo –al parecer hay una lista de cosas que hay que hacer por educación que solo ella seguía-, porque le gustaba que yo desactivase mi superpoder de camuflaje por un momento para devolverle el saludo, porque todo el mundo debía, incluyéndome a mí mismo,  saber que la presidenta de su propio mundo había llegado.

  Se acercaba el cumpleaños del chico de la última fila de clase, aquel que tenía la suerte de poseer la capacidad de volar, de sobrepasar las nubes, de separar su existencia de nuestro mundo e irse a uno mejor, y lo que era mejor, la capacidad de hacerlo cuando él quisiese.

  Aunque para muchos no se tratase de un don como tal, sus padres le permitían celebrar fiestas siempre y cuando él quisiese, supongo que como premio por sacar buenas notas –a pesar de alejarse de nuestro mundo doce de las veinticuatro horas que tiene un día- desde que tenía nueve años y los deberes trataban de dibujar al árbol más grande de la ciudad y poner el nombre de las frutas que querías que creciesen en él en inglés.

  Lo normal es que los chicos inviten a la chica; que él se trabe con sus palabras y ella se ponga roja en el momento de decidir si darle un sí o un no, pero eso ya no pasa, y a esa chica eso no le gustaba para nada. Siempre decía: ‘¿Pero seguimos en el siglo XIX? Una chica debería tener la opción de decirle al chico que le gusta que le gusta.’.

  Un día -¿fue el martes?- se me acercó. Me contó un chiste, muy malo, pero me reí –odio reírme sin tener ganas de ello, pero os recuerdo que cuando estoy cerca de ella todo lo que se refiere a quedarme quieto y no realizar sonido alguno queda anulado, es más, de algún modo necesito hacerme notar, necesito que me note-, la canción que resonaba en mi cabeza ya no era la banda sonora de la parte final de un videojuego. Ella estaba roja como su camiseta, y en mi mente sonaba un popurrí de canciones estilo I don’t wanna miss a thing y Let it be.

  ¿Pudo ser un ‘quedamos en que me vienes a buscar a las diez para ir a la fiesta’ lo que me dijo? No me quedé más que con el número diez.

  Le preguntaría de nuevo, pero sé que le parecería mal el que no la hubiese entendido a la primera, y odio hablar más de la cuenta. Iré a su casa a las diez, que creo que es lo que entendí; estoy seguro que una vez esté con ella será ella misma la que me lleve a donde quiera ir.

  Ella se alejó, y yo me mimeticé con el pupitre de nuevo.